Cada 13 de junio, en homenaje a la fecha en la que nació el poeta, cuentista, novelista y ensayista argentino Leopoldo Lugones, se celebra en el país el Día de les escritores.
Para celebrar y mantener la palabra viva, compartimos un texto de Juan Salvaneschi amigo de la radio e integrante de la Editorial Caravana.
“Se sentía miserable. Durante la tarde, había arrugado el borrador por lo menos cinco veces. Lo estiraba prolijamente con las manos resecas y agrietadas. Lo planchaba, con la paciencia de una abuela de las de antes. Cuando ya los pequeños dobleces no eran tan poderosos como para arquear el papel caprichosamente, se sorprendía mirando la hoja en blanco. Es que prefería no escribir ninguna palabra a escribir una que le diera vuelta la cara, una que mirase para otro lado. En ese trajín de aplanar el papel para usarlo de nuevo, no se daba cuenta del uso que ya le había dado. El tiempo pasaba y no aparecía ni una palabra temblorosa. Mejor dicho: desfilaban con la costumbre de las multitudes, como las hormigas raleando el pasto con el peso del paso repetido hasta el hartazgo. Pero no podía elegir. Mejor dicho: podía elegir a cualquiera, pero no podía decidir cuál era la palabra correcta.
Entonces, tomó el lápiz y lo miró. Le dio unas vueltas en la posible contradicción del sacapuntas. Luego lo apoyó en el papel y escribió un punto. Justo en ese instante una campanada inesperada blandió en el aire su parentesco sinfónico y todo adquirió un tono intensamente dramático. Al final, había empezado y las palabras eran un torrente indómito, que salpicaba.
Imaginarse un punto parece una tarea sencilla, pero ver un punto es más fácil que imaginárselo; no es como los dragones que escupen fuego o los unicornios, que son imposibles de ver. Por ejemplo: el punto que va al final de las oraciones. El punto de punto y aparte. Este punto es la primera cruz de la gramática, se coloca allí donde ha muerto una oración. Arriba de las íes y de las jotas, pueden encontrarse puntos más tímidos, casi escondidos, oprimidos allá en su altura de corona.
Bajo el infierno de las preguntas y sobre el cielo de las respuestas pueden encontrarse otros puntos extrovertidos con nariz de payaso o voz de cantante. Pero éste punto, era un punto más pequeño que el sonido de la pronunciación del punto que va encima de la coma en el punto y coma.
Yo, al principio, era solamente un punto. Si hubiera sido un ojo, no habría visto nada porque nada había aparte de mí. Era tan pequeño que no había espacio en mí para otro punto y sin embargo era lo único que había. Yo era TODO.
No sé cuál fue mi primera idea, pero cuando la tuve empezó el tiempo. Y mientras el tiempo nacía, mi idea moría y nacía el recuerdo. Pensé entonces por vez primera y una nueva idea creció en mí y yo crecí para contenerla. Así, no hubo más quietud en la existencia.
Entonces, sentí una voz imposible, pequeña, que cortando el silencio con una espada, me preguntaba si podía dibujarle un cordero”.
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